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sábado, 14 de julio de 2018

Crónica de "On The Run II": Barcelona se rinde ante el amor de Beyoncé y Jay-Z


La noche del pasado miércoles, 11 de julio, tuvo lugar el único espectáculo planificado en España por Beyoncé y Jay-Z, como parte de su gira mundial On The Run II, la cual dio comienzo el 6 de junio en Cardiff, Reino Unido, y que se prolongará hasta el 4 de octubre en Seattle, Estados Unidos. Barcelona ha sido la ciudad acogedora del matrimonio que llevó a cabo dicho concierto en el Estadi Olímpic Lluís Companys, ante la nada desdeñable cifra de más de 40.000 espectadores, concretamente.

También denominada como OTRII, supone el segundo tour conjunto llevado a cabo por los recientemente apodados The Carters, tal y como firman en su primer álbum como dúo, Everything Is Love, publicado el pasado 16 de junio y cuyo primer single, APESHIT, mostraba a ambos en el museo parisino del Louvre. La primera ocasión en la que giraron juntos fue en el año 2014, con On The Run Tour, si bien se han embarcado en diferentes series de conciertos, precedidas por sus más recientes discos de estudio, The Formation World Tour y The 4:44 Tour, respaldadas por Lemonade y 4:44, respectivamente.

Fotografía de Raven Varona
La velada, tras la breve intervención de un DJ como telonero, comenzó ante el júbilo de unos presentes que contemplaban las imágenes proyectadas en las tres pantallas posicionadas sobre el escenario principal. Tras una consecución de secuencias que entrañarían una síntesis de las escenas que se mostrarían a lo largo del show, se procedió a la apertura de la pantalla del medio, en la cual, acompañados de dos enormes crucifijos, hizo acto de aparición la pareja, en una plataforma descendiente. Antes de que diese comienzo pista alguna, el público coreaba el nombre de “Beyoncé” con total euforia. La composición que dio el pistoletazo de salida fue Holy Grail y, como era de imaginar, aquellas partes correspondientes a Justin Timberlake fueron interpretadas por la vocalista estadounidense.

La primera actuación de la intérprete de Single Ladies (Put a Ring on It) en solitario tuvo como acompañante sonoro Drunk In Love y, desde sus primeros acordes, el griterío confirmaba un elemento crucial del recital concebido a priori que, no obstante, con posterioridad se erradicaría: los asistentes allí presentes se hallaban mucho más expectantes ante cualquier aparición de Beyoncé que de su cónyuge. Es más, pocos –desde la honestidad, prácticamente nadie– parecían conocer los versos de las canciones del magnate principal del servicio de streaming TIDAL.

Fotografía de Robin Harper
Un medley del remix de ***Flawless y de Feeling Myself, en el que Queen B incitaba a la audiencia a entonar juntos un recurrente “I’m feeling myself”, dejó entrever un aspecto que se convertiría en una constante del espectáculo: no hubo lugar para la proyección de imágenes de artistas en sus correspondientes colaboraciones, cuestión que implicó a Nicki Minaj, Kendrick Lamar o Kanye West, entre otros. Con posterioridad, Baby Boy mostraba a la cantante posicionada en uno de los cubículos tras las pantallas en los que se ubicaba la banda de músicos y diferentes bailarines, y que componía un juego escenográfico de mayor dinamismo de lo que, en un principio, podría haberse imaginado.

Bam permitía vislumbrar a un Jay-Z que, ante la perspectiva de un público no especialmente devoto de su discografía (al fin y al cabo, ¿cuántos oyentes, ajenos al hip-hop en el continente europeo, serían capaces de entonar algunas de sus estrofas concienzudamente?), que no por ello menos receptivo, supo lidiar gracias a su envidiable carisma con dicho desafortunado panorama. Por otro lado, una tristemente mutilada –erradicar su estribillo implicó, sin lugar a duda, un error garrafal- Hold Up, así como fragmentos de Countdown y Sorry fueron intercalados, ante 99 Problems, tema con el que el rapero era acompañado más anímicamente por parte de los espectadores, y una Don’t Hurt Yourself tan rabiosamente enérgica como acostumbra la compositora tejana.

Fotografía de Raven Varona
La iconografía religiosa se transformó en un llamativo aspecto de crucial importancia a lo largo de la noche. Prueba de ello no solo era el teclado con silueta de crucifijo dispuesto en la parte superior de los cubículos de atrás, sino también la disposición de la iluminación y de las pantallas, que en canciones concretas simulaban las vidrieras de una capilla y que otorgaban un conjunto majestuoso, con un acabado teatral perfectamente adaptado para las dimensiones masivas que requiere una gira de estadios. El conceptualismo en el cual se pavimenta On The Run II es, sin lugar a duda, la recapitulación de la relación matrimonial de ambos, de manera que los cortes interpretados son escogidos y ordenados en consonancia con dicha temática amorosa, desde el amplio espectro de emociones que el mismo engloba: prueba de ello es I Care, una declaración de intenciones que permite entrever devociones sentimentales desequilibradas dentro del núcleo de la pareja.

Fotografía de Raven Varona
La vuelta de tuerca con respecto a la marcada preferencia de la audiencia por Beyoncé frente a Jay-Z desenlazó con la sublime interpretación del mismo de Song Cry. Con una complicidad casi unánime, un mar de innumerables linternas, proyectadas desde los teléfonos móviles de los asistentes, acompañaron al rapero que, sin elemento visual alguno, se hallaba, frente a un micrófono en el final de una de las dos pasarelas que componían el escenario. A pesar de introducirla como “una de sus preferidas”, y de tratarse de un instante de interés a nivel vocal, la vocalista no consiguió suscitar la misma expectación con Resentment.

El espectáculo retomó su vertiente explosiva, que alcanzó prácticamente su apogeo gracias a Niggas in Paris, composición en la cual Jay-Z se apoyó en una plataforma que se elevaba sobre la pista central del recinto, por encima de los espectadores y ante inmensas cortinas de humo. Grandes son los méritos que han de reconocérsele al intérprete de Hard Knock Life (Guetto Anthem) que, inicialmente con el escaso entusiasmo de miles de asistentes que no conocían sus letras, supo levantar a la inmensidad del estadio gracias a sus incuestionables aptitudes para generar desenfreno en el público.

Fotografía de Andrew White
Acto seguido, una icónica Formation, así como Run The World (Girls) trajeron de vuelta a la Beyoncé que ejecuta coreografías con un despliegue energético abismal y que, como guinda del pastel, supuso la introducción al bloque reivindicativo (previamente adelantado en ocasiones puntuales mediante vídeos), con una referencia feminista tan acusada como necesaria, que fue evidenciada gracias a la proyección de las palabras de Chimamanda Ngozie Adichie incluidas en ***Flawless, así como con el letrero “FEMINIST”, junto a su definición “A person who believes in the social, political, and economic equality of sexes”. Ello, a pesar de los matices que podrían ser señalados con respecto a la cantante en cuanto a lo que dicha materia implica, desde una perspectiva más deconstructivista y radical, así como menos liberal, constituye un mensaje dirigido a las masas de gran poder, que otorga visibilidad a la relevante causa que trata de erradicar la subordinación patriarcal.

El vigor del empoderamiento de las personas negras como un colectivo discriminado y racializado tuvo lugar en diferentes ocasiones a lo largo de la noche, si bien una lacrimógena –al menos, un servidor no pudo evitar conmocionarse– interpretación de The Story of O.J., que subraya estigmas y problemáticas a los que se enfrenta la cultura de color, supuso el culmen de dicho aspecto de relevancia. Una vez más, el rapero reafirmó su grandeza sin inconveniente alguno.

No podía omitirse el clásico entre clásicos, y es que Crazy In Love, relegada al final del show, constataba la fusión escénica entre ambas figuras en su más emblemática colaboración, para la cual Beyoncé adoptó un look enormemente similar a aquel presente en su mítico vídeo musical. Freedom, una de las más destacadas composiciones de la cantante en los últimos años, supuso el desenlace perfecto para aquellas reivindicaciones postuladas a lo largo de la velada.

Fotografía de Raven Varona
La noche culminó con un último cambio de vestuario, con un Young Forever entonado por ambos intérpretes, en los que las pantallas mostraban un logo que indicaba “This is real love”, haciendo alusión a los obstáculos superados por el poder del amor verdadero, que fue reafirmado con la complicidad intuida en sus miradas entrelazadas, así como en un beso final que cautivó al público antes de la despedida -con broche de oro- de unos oyentes absolutamente fascinados.

Cabe destacar que, al margen de los numerosos atuendos exhibidos, los interludios suponen un elemento clave -no solo como aspecto conceptual, puesto que marcan el hilo conductor temático de la gira- a nivel visual. Las distintas escenas intercaladas que, esperanzadamente, podrían ver la luz de manera oficial en alguna ocasión futura, presumen de una fotografía impecable, repleta de metáforas, referencias a la superación de cuestiones interpersonales, así como múltiples alusiones a la realidad racista que atosiga la sociedad actual desde muchos siglos atrás.

Fotografía de Andrew White
El poderío escénico y el encanto que desprende Beyoncé, que desembocan en su reputación como la showgirl -y la persona solista- de mayor dinamismo sobre el escenario dentro de la industria fonográfica actual, se sostuvo como inmaculada a lo largo de la velada. No obstante, el factor sorpresa era desencadenado en torno a la figura de Jay-z, un artista que, con un mayúsculo repertorio a sus espaldas, encandiló a una audiencia que, a priori, no se encontraba allí para él, y que abandonó el recinto sumida en fascinación plena por su entrega artística. No cabe la menor duda de que, a pesar de que en apariencia un concierto de dichas condiciones podría no contentar a los seguidores de ambas partes, su equilibrio de fuerzas y su innegable química fueron decisivas para la constitución de un espectáculo masivo, glorioso y digno de estrellas de su calibre.

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