Blogger de 18 años y amante de la cultura pop.

sábado, 30 de mayo de 2020

Crítica de "Chromatica", Lady Gaga


El hecho de que Chromatica I, con una duración exacta de un minuto, sea el corte que sepulta los casi cuatro años de silencio musical tras la publicación de Joanne (2016) no supone, en absoluto, una casualidad fortuita. Tampoco lo es, desde luego, que de las dieciséis canciones que componen el largo -al margen de Love Me Right, relegado al formato deluxe-, dos sean interludios -denominados Chromatica II y Chromatica III-, cuyas extensiones son de 41 y 27 segundos, respectivamente. Es la primera ocasión en la discografía de Lady Gaga en la que, como si de una producción de Janet Jackson se tratase, son incorporadas una introducción y dos pistas intermedias de pronunciada brevedad. 

Las tres composiciones en cuestión, caracterizadas por su impronta sinfónica, entrañan un principio esencial del long-play debido a dos razones: no solo segmentan el disco en tres secciones diferenciadas con cierta correlación temática entre ellas sino que, también, le dotan de un sentido de linealidad sin precedentes en su carrera. Esta noción de cohesión, no obstante, no atiende únicamente a la inclusión de tres piezas instrumentales: es materializada, de manera mayúscula, en la producción de los temas que conforman el largo. Sin el atrevimiento -en ocasiones más que justificado- de calificar algunos sus trabajos previos como batiburrillos desmedidos y, por momentos, injustificadamente inconexos, es cierto que no ha sido hasta su sexto álbum de estudio cuando la compositora ha engendrado su primer proyecto pop verdaderamente análogo. 



La uniformidad sonora, en cualquier caso, no es el único pilar que cabe señalar ante la gran efectividad -independientemente de su inmediatez- de Chromatica. Su propósito, así como su núcleo narrativo, basado en el más que reproducido arquetipo de 'música para ahogar las penas en la pista de baile', atiende a un aspecto de mayor relevancia que la que podría aparentar. Tras algunas de las vindicaciones progresistas más significativas de la cultura pop del siglo XXI, contenidas en un álbum caracterizado por la brillantez melódica y por la sobreproducción, nutrido de influencias techno y electro-rock; después de una presuntuosa visión de la música electrónica de baile, ejecutada de forma paupérrima, que incorporaba también la presencia del dubstep; precedida, por último, por un proceso de desnudo musical y personal acompasado por géneros tan remotamente atribuibles a la cantante como el country; por primera vez desde su debut, The Fame (2008), Stefani Germanotta parece haberse adentrado por primera vez en las paredes del estudio para concebir un producto pop sobrio, originado desde la ausencia de pretensiones exacerbadas, sin mayor finalidad que la de crear un trabajo surgido desde el propio deseo categórico e inherente de la manifestación artística.

Sin embargo, el desproveerse de conceptualismos dotados de complejidad no conlleva ni se traduce, en ningún momento, en una percepción nihilista de algunas de las cuestiones que han singularizado sus producciones previas. Los traumas psicológicos, el proceso de asunción de los mismos y reflexiones varias acerca del desencanto con el mundo del estrellato, entre otras materias, son temáticas protagónicas del proyecto. Replay, que constituye una combinación tan macabra como pegajosa alude, sin ir más lejos, a los resquicios del trastorno de estrés postraumático. Estas narrativas son presentadas de la mano de una reivindicación persistente del house de la década de los noventa y reminiscencias disco, impronta que deriva en pistas tan sobresalientes como Alice, una emocionante referencia al clásico de Lewis Carroll que, desde la primera escucha, encarna un auténtico triunfo. 




Por otro lado, Sour Candy, en colaboración con el cuarteto surcoreano BLACKPINK, explora venéreamente y con éxito la faceta más bubblegum de la autora de Bad Romance. A pesar de deslices tan avergonzantes como 911, la sucesión de los cortes resulta confortable y dinámica, quizás, debido a la escasa duración de su inmensa mayoría, para beneficio del streaming. Entre las excepciones de la pretensión intencionada de concisión, se halla la eurodance Plastic Doll, una de las apuestas más futuristas y sugerentes del conjunto. La sorpresa mayúscula, no obstante, no la protagoniza el ímpetu de Stupid Love o Rain On Me, que incorpora a Ariana Grande, sino Sine From Above. El citado dueto con Elton John, un frenesí electro-pop que se adentra en los terrenos del trance, además de desligarse por completo de las expectativas conformadas a priori en torno a dicha colaboración, finaliza de manera tan insospechada como sorprendente.

Chromatica, como producto de los componentes previamente mencionados, origina, sin grandes esfuerzos, el elepé más memorable de la intérprete desde Born This Way (2011). Asimismo, se postula como la propuesta más desinteresadamente hedonista de la trayectoria de Lady Gaga y, por si fuera poco, simboliza un retorno por parte de la misma al fundamento más arraigado a su figura: el ingenio, desde la vulnerabilidad y la dimensión intrapersonal, para invitar a la pista de baile. El tenderle de nuevo la mano a la electrónica, en compañía de la que quizás conforme la estética más sugerente de su carrera, no supone una mera elección artística, ni es únicamente fruto de un autoconcepto creativo en constante evolución. Es, en definitiva, una férrea demostración de la palpable reconciliación interna entre la mujer y la artista, dicotomía que parece haber franqueado permanentemente.

70/100

No hay comentarios:

Publicar un comentario